Gorka caminaba hacia la playa con nerviosismo. Iba cabizbajo y llevaba las manos en el interior de los bolsillos del bañador. Su camiseta reposaba en su hombro desnudo, y el calor del verano le hacía sudar.
Entonces, cuando subió la cabeza, divisó la melena de Julieta, que jugueteaba con la brisa mientras esperaba a Gorka.
Intercambiaron una media sonrisa al cruzar sus miradas.
–Hola –dijo Gorka mientras se aproximaba a Julieta.
–Hola –saludó su pareja– ¿Listo para surfear?
–Por supuesto.
Aquel viento veraniego favorecía el movimiento de las olas.
Gorka cerró los ojos e inspiró. Toda la playa olía a salitre. Al chico le encantaba ese olor.
Un toque de atención de Julieta le hizo volver a la realidad.
–¡Vamos, Gorka! ¡El agua está perfecta!
Gorka caminó sobre la arena mojada. El agua llegó a sus pies al romper una ola en la orilla.
Sonrió y se lanzó al agua.
–¡Una carrera hasta aquella roca! –exclamó Julieta.
Gorka aceptó el desafío.
Aunque Julieta había empezado antes y le llevaba ventaja, Gorka se posicionó rápidamente en el primer puesto.
–Has hecho trampa –concluyó Julieta entre risas.
–Buceemos –musitó Gorka.
Se zambulló en el agua y Julieta le siguió.
La chica abrió los ojos y miró los de Gorka, también abiertos. Se observaron durante unos segundos. Entonces, se acercaron cada vez más. Gorka la sujetó por la cintura y selló sus labios.
–Gracias –dijo la joven, cuando salieron del agua,
–¿Por qué?
–Por hacer que me sienta tan feliz.
Gorka sonrió, y se introdujeron de nuevo en las profundidades del mar.
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